Mejor anillo en mano que en bolsillo del pantalón

Esta historia es especial, es vulgar y sucia, es indignante, y como tal, debe leerse, entenderse y reprocharse. 

Llevaba algún tiempo sola, después de la historia que conté anteriormente. El orgasmo en pareja era una fantasía inalcanzable, según yo, por lo cual no paraba de tocarme a mí misma. Me masturbaba una y otra vez, y a pesar de llegar al final y disfrutar ése breve momento de dicha, donde el mundo dejaba de ser real y sólo quedaba yo y la sensación de placer, rápidamente se esfumaba de forma radical, quedando un enorme vacío. Y a diferencia del orgasmo, la sensación de vacío podía durar días.

Sentía que necesitaba a alguien que viera mi placer, a alguien a quien tentar, tocar, besar, lamer, mojar, pero ya no quería volver a cometer el error de estar con alguien que no me gustara. No. Esta vez quería atracción, y ojalá mutua.

Y así fue como un día cualquiera, en el trabajo, vi que habían llegado compañeritos nuevos. Yo trabajaba en esos años en un sector donde la mayoría de los empleados eran mujeres, y el asunto era bien rutinario. Pero esa tarde, apenas te vi entrando en la oficina, polera blanca, brazos grandes, cuerpo bien cuidado, treinta y tantos años encima y toda una historia de vida, juro que vi que todos mis problemas serían solucionados y que lo pasaríamos muy muy bien. Nunca supe tu edad real, eras demadiado vanidoso. De todas formas no me importó la diferencia de edad, ni que nos viéramos todos los días en el trabajo, ni que estuvieras casado (seprándote, según tú), ni que tuvieras dos hijas de mujeres diferentes. No me importó absolutamente nada, yo sólo quería hacerte mío y esta vez disfrutar como lo merecía.

Empezamos a coquetear, pequeñas frases bastaban para hacer que las feromonas florecieran en mi piel, y tú, tan vanidoso, egocéntrico, eras todo un pavo real mostrándome tus plumas en toda la gloria.

Yo, dentro de lo que cae, era bastante inocente y hasta un poco tímida, no sabía por dónde empezar, qué hacer o decir para que te tiraras sobre mí, tal lobo feroz a la pequeña caperucita. Una salida de viernes de compañeros de trabajo facilitó todo el asunto. Fuimos entre varios a tomar cerveza, nos reímos, hablábamos distentidademente, generando química, gozando la atracción, jugando al cortejo secreto, íntimo, para que los demás no sospecharan nada. Una de las asistentes se perdió unos minutos con otro compañero, pero nosotros no queríamos ser tan obvios, había que ocultarlo. Sería nuestro secreto.

Saliendo del bar, no era tarde, pero estaba oscuro. Amablemente ofreciste acompañarme "una parte del camino a casa", porque quedaba en tu ruta. Tímidamente acepté. Cuando ya nadie nos veía me invitaste a tu casa, llegamos allá, nos tomamos un té, conversamos nerviosos, ansiosos, asustados, ¿queríamos lo mismo? Entonces, hiciste tu movimiento: "flaca, es tarde, te llevaré a tu casa". Me paré del sillón y me acerqué para darte las gracias, pero me agarraste y me besaste. Tu lengua juguetona se metió en mi boca con la prisa de algo que se desea fervientemente. El calor de tus labios se acurrucó en los míos, con tus brazos enormes agarraste mi frágil cuerpo y lo retuviste, mi pecho junto al tuyo, entre las piernas sentía un bulto que era tuyo, duro, listo para meterse en mí.

El calor de la excitación me sofocaba, no veía nada más que las ganas de abrirte las piernas. Con la respiración agitada me tiraste a tu cama, mi mente omitió el hecho de que dormías con tu señora ahí  todas las noches. Me desnudaste, me calentaste, me excitaste. Te acostaste en la cama y me senté a horcajadas sobre tí, toqué tu cuerpo intentando mantener la calma, tu regazo de hombre, el pecho de piel blanca, grande, macizo.bajando hasta tu miembro, duro y latente. Con una fingida timidez me tocaste, estaba tan húmeda, tan ardiente, tan lista para tí, que metiste tu pene completo una y otra vez, haciéndome gritar de placer. Porque, vaya diferencia. Si algún día escuchas que el tamaño no es importante, lee bien estas palabras: te están mintiendo por cordialidad. Lo que sentí esa vez fue tan diferente, tan exquisito, tan adictivo, que sentí que necesitaba ese placer muchas veces en mi vida. Con tus manos en mis caderas te hundías en mí, rápido, lento, rápido de nuevo, cerré los ojos y me dejé llevar. Un orgasmo llegó a mi cuerpo, temblé, sentí que todo se desvaneció de forma maravillosa, fue tan rico haber sido tuya. No hubo tiempo para pensamientos después de eso, la mañana ya había llegado. Nos vestimos, y me dejaste en mi casa. La despedida fue tan fría y distante, como personas que nunca se habían visto. En ese tiempo no había Uber, pero incluso, esas despedidas son más amables.

Lo que pasó después, lo contaré otro día.

Cómprame una lecheCómprame una leche

Comentarios

  1. Me atrapa la narración y el misterio de saber quién se esconde tras estas palabras. Poesía pura a raíz de la esencia de la naturaleza: la sexualidad. Espero que pronto podamos seguir deleitándonos con estas historias...

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