Sin vergüenzas

Admito que no siento orgullo y supongo que tampoco tú. Lo que pasó después de la historia que conté antes creo que hasta puede ser un poco obvia. Muchos pensarán que lo dejamos pasar como una anécdota más y cada quién se fue por su lado, pero no. Era imposible no vernos en el trabajo, no desear que sucediese de nuevo. Eras mi debilidad. Verte y mojarme, entrar al baño de la oficina y tocarme, gemir casi en silencio recordando lo rico que fue estar esa noche contigo.  Salíamos del trabajo juntos y conversábamos un largo rato camino a casa, todos los días nos despedíamos en el mismo lugar, en una estación de metro. Usábamos la misma línea en la misma dirección y suponíamos que no sería extraño para nadie. De lunes a jueves éramos compañeros muy cercanos de trabajo, pero los días viernes eran totalmente diferentes. 

El último día de la semana hacíamos casi la misma rutina, nos íbamos en metro conversando, pero nunca nos despedíamos, seguíamos de largo hasta la última estación de la línea y dábamos la vuelta. Si alguien nos veía ya era sólo una mala coincidencia. Nos bajábamos en el centro de Santiago, donde habían muchos moteles. Conocí un par, gracias a ti. 

La primera vez que fuimos a un motel estaba nerviosa, no quería que nadie viera mi rostro, como era invierno usé una bufanda para cubrirlo. Cuando salí no me importaba nada. 

Recuerdo la habitación fría, la tele en la esquina que nunca encendimos, el color azul del cubrecama. Para ponernos en calor pusimos un playlist de música noventera, que comenzaba con "No ordinary love" de Sade, continuaba con canciones lentas que aún cuando las oigo, hacen que me estremezca.

Al otro día fuera del motel caminábamos rápido y nos despedíamos lo más pronto posible, siempre de lejos. Si alguien se percataba de nosotros, nos habíamos encontrado por mera coincidencia. Por suerte nunca nadie nos vio juntos, o nadie lo mencionó por lo menos. 

Además de las salidas a los moteles, cada cierto tiempo teníamos salidas especiales, que consistían en ir a su casa cuando su familia no estaba. 

Uno de esos días la lujuria comenzó en el sillón, nos dimos lentas caricias, disfrutábamos los besos, la humedad de nuestras lenguas mojando a la otra. Suavemente mordí tus labios y te pedí que sacaras la lengua hacia afuera, entonces comencé a chuparla de la misma forma con la que quería felar tu miembro. Me senté sobre ti mientras nos besabamos para poder sentir tu cuerpo caliente bajo el mío. Froté mi entrepierna moviéndome lentamente encima tuyo. Me mojé como nunca. Una vez lista me llevaste a la habitación de tu hija (¿te hizo sentir menos culpable?). En la pequeña cama me sentaste y te pusiste frente a mí. Cada uno se sacó la ropa con toda la prisa que pudimos. Fuera tu pantalón y tu bóxer, tu miembro quedó frente a mi cara. Una de tus manos agarró mi cabeza con fuerza, tirándome del pelo pusiste tu pene rozándome la piel, lo pasaste por mis mejillas, por ambas y luego por encima de mi boca cerrada, jugando con él, mientras te masturbabas. Abrí la boca dejando que entrara, duro y caliente en mí. Mi saliva lo humedecía, tenías todo el poder sobre mí, moviendo mi cabeza al ritmo que se te antojaba, metiendo tu pene cada vez más adentro. Sentía arcadas, sucias y exquisitas arcadas que me decían lo bien que lo estabas pasando siendo tan brutal. Cuando por fin lo sacaste de mi boca, me pusiste en cuatro y te arremetiste dentro, sin soltar mi pelo, éramos peores que perros en celo. Qué rico era tenerte dentro y fuera, rápido, bruto, duro. Mi vagina se abría a ti y te aferraba con toda mi humedad. De vez en cuando con la palma de la mano libre me pegabas en el trasero. Eras todo un animal, una bestia sin perdón. La cama sonaba al ritmo de cada arremetida, tenía que afirmarme fuerte con las manos, para no caer por tu fuerza. Cuando sentía que me iría cambiamos la posición, te acostaste y me senté sobre ti, comiéndome todo tu miembro con mi vulva, mirando tu cara mientras mis pechos rebotaban al son de mis saltos sobre ti. Sin separar nuestras carnes giré mi cuerpo para quedar mirando hacia el otro lado. Me abrazaste con fuerza y seguiste moviéndote, mi espalda en tu pecho, esa forma de hacerlo te permitió tocarme y mientras seguías entrando y saliendo dibujabas círculos en mi clitoris con tus dedos. Qué bien se sentía, después de unos minutos así, no pude soportar más y grité de placer. Mi cuerpo sudoroso y tembloroso cayó sobre el tuyo. Entonces fue cuando miré los peluches que estaban en las repisas de la pieza. Todos habían visto nuestro acto animal y perverso. Pero yo no sentía vergüenza, sentía que estaba llena de una malicia exquisita que hasta el día de hoy hace que me ruborice. 

No conté las veces en que tuvimos sexo. Yo habría seguido si no fuera porque empezaste a salir con otras compañeras. Podía soportar compartirte con tu señora, porque según tú, era aburrida, pero no con el resto. Yo necesitaba más y más y a medias no me ibas a satisfacer. 

Cómprame una lecheCómprame una leche

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Deseo

El Bueno, Malo y Feo

Mejor anillo en mano que en bolsillo del pantalón